Idris Lahore revela las
fuentes de su formación con Pir Kejttep Ançari, Maestro de una comunidad de
derviches Hakim del Kâfiristan
“Les voy a contar como mi búsqueda de la inmortalidad me llevó un día
al Kâfiristan donde conocí al Pir Kejttep Ançari, maestro espiritua y jeque de una cofradía de
derviches, de quienes se dice que son los descendientes de los magos del
Oriente.
Médicos y sacerdotes, curanderos y magos, utilizaban el trance y la
hipnosis, las plantas y los venenos, ejercicios físicos y respiratorios,
métodos energéticos y lo que llamamos hoy en día terapias sistémicas. Sus
secretos, celosamente guardados, se transmitieron en su cofradía, de maestro a
alumno y alma a alma. Sus conocimientos y sus prácticas son como unos vestigios
de esta medicina que, durante la Edad Media, floreció en las grandes
universidades árabes, del Medio Oriente hasta el Occidente, de Gondichapur a
Toledo… Estos derviches se llaman “Sarman”; se dice que son los Dueños del
Tiempo y que conocen los secretos de la inmortalidad… Durante mi estadía al
lado del Pir Kejttep Ançari, él me enseñó entre otras cosas las técnicas de
curación de los derviches. Yo era el primero e iba a ser el único occidental en
recibir la iniciación con él. Me transmitió la baraka (la fuerza de los
Maestros) para que yo la transmitiera en Occidente.
Acogido en el monasterio en el cual el viejo Maestro se había retirado
para enseñar en el mayor secreto, entre unos discípulos estrictamente
seleccionados, comencé un aprendizaje considerado como de lo más esotérico…
Una de las veladas más extrañas era la del lunes, la cual se alargaba
durante toda la noche, hasta la mañana. Esa noche se llamaba: “noche de
reconciliación con los ancestros”, durante la cual, según los Hakim, se le
devolvía la paz al alma de los antepasados. Antes de explicar el sentido
profundo de esta práctica, voy a describir sencillamente lo que vi durante mi
primera participación en esa noche tan misteriosa.
Una luz suave y apacible provenía de algunas lámparas de aceite que
alumbraban la sala con paredes blancas, cuyo suelo estaba cubierto de numerosas
alfombras espesas, dejando aparecer únicamente el círculo del eneagrama. Alrededor
del círculo estaban sentados nueve Hakim; en cuanto al Maestro, estaba sentado
afuera del círculo en una mesa baja sirviendo de tarima. A lo largo de las
paredes, hombres, mujeres, e incluso niños se apretaban los unos a los otros.
Había cerca de cien personas, visiblemente de clases sociales muy variadas. Al
lado de mujeres envueltas en su chador, otras, en su vestido de seda, se
parecían a princesas salidas de los Cuentos de las Mil y una Noches; unos
campesinos en su burdo abrigo de lana, estaban sentados al lado de hombres
vestidos a la moda occidental, con vestido, camisa blanca y corbata.
Todos permanecían en un silencio y una presencia de recogimiento, como
un reflejo de la actitud inmóvil y silenciosa de los Hakim en el círculo.
Inclusive los niños compartían este ambiente de serenidad, y la atención sonriente de su madre parecía
suficiente para sus necesidades.
De repente, la voz firme del Maestro se oyó en el silencio, como una
pregunta. Después de unos instantes todas las miradas se fijan en él. Un hombre
que estaba sentado al lado de una pared, se levanta con gravedad: mira al
maestro, se inclina hacia él para saludarlo con respeto, y nuevamente lo mira.
El Maestro le indica que se acerque. Llegado ante él, se inclina nuevamente y el
Maestro le pide que se siente a su lado en la tarima. Entablan un diálogo, el
cual me parece ser la evocación de un problema. El Maestro le pide que se
levante. El hombre entra en el círculo y se inclina sucesivamente ante seis de
los nueve Hakim sentados alrededor del eneagrama. Los seis Hakim se levantan,
como si hubieran sido escogidos. El hombre mira en la dirección del Maestro,
quien le dice unas palabras. El hombre se coloca detrás del primero de los seis
Hakim, pone la palma de sus manos en su espalda, le dirige a un lugar dentro
del círculo y lo deja en ese lugar. La escena se reproduce con los demás Hakim
que se habían levantado. El Maestro llama al hombre a su lado. Ahora los Hakim
están de pie en el círculo del eneagrama: uno mira el suelo, otro mira hacia
afuera, otros tres se miran entre sí, y el último pone sus manos ante sus ojos.
De repente, oigo al Maestro diciendo con una voz potente: “Allah Hu”, lo que
significa “el soplo de Dios”. Se produce entonces algo sorprendente: uno de los
derviches sale inmediatamente del círculo y deja la sala; otro cae al suelo y
se acuesta como un muerto; el que tenía su mano ante sus ojos camina hasta el
borde del círculo y mira hacia afuera. Los dos que estaban cerca el uno del
otro caminan hacia el que está acostado y lo miran con mucha tristeza (…). Ya
nadie se mueve en la asistencia, todo el mundo parece cautivado, hasta el
momento en que, de repente, y a pesar de que no se ha producido nada, tres
mujeres sentadas entre los asistentes se levantan y, llorando, se precipitan al
lado del que parece representar un muerto. (…) Durante algunos minutos, como si
el tiempo se hubiera congelado, todos los protagonistas del círculo siguen en
su propio movimiento, hasta que se escucha nuevamente la voz del Maestro:
“Allah Hu”, y se levanta. Se dirige hacia el interior del círculo, levanta a
todos los que estaban arrodillados o acostados, endereza a los que estaban
encorvados, hace regresar al que salió de la sala, y los reúne a todos en el
círculo donde todos los protagonistas de la escena que acabo de describir se
dan la mano. Cuando están todos reunidos, el Maestro, en el centro del círculo,
dice una palabra, y todos los del círculo miran hacia el suelo y comienzan a salmodiar
con él: “Allah Hu, Allah Hu, Allah Hu”. (…). Poco a poco, todos levantan los
ojos, (…), las caras se alumbran con una luz interior, como si todos hubieran
encontrado la alegría. Efectivamente, comienzan a mirarse los unos a los otros,
a sonreírse, como si el problema estuviera resuelto. El Maestro invita entonces
al hombre que estaba sentado a su lado a venir a colocarse en el puesto de uno
de los Hakim. El hombre, muy emocionado, entra en el círculo y él también
participa a esta energía de alegría que transforma su emoción: su cara comienza
a resplandecer. Nuevamente, se oye la voz del Maestro. Todos se callan, y de un
gesto, él abre el círculo, y cada uno regresa a su puesto. El hombre se sienta
al lado del Maestro, quien le dice algunas frases más. Luego el hombre se
inclina ante el Maestro, le toma la mano, la besa, la lleva a su frente,
mientras que el Maestro, en un gesto lleno de amor, le pone la otra mano sobre
la cabeza, a continuación lo levanta y le propone volver a su puesto.
La misma escena se va a repetir a lo largo de la noche, cada vez con
un hombre o una mujer que escogen a varios de los Hakim de la circunferencia
del eneagrama (…). Durante la noche, algunos asistentes se han dormido, otros
se han despertado, y yo no veo pasar el tiempo, me siento hechizado por lo que
se desarrolla ante mis ojos (…).
La explicación de lo que se ha producido me parecerá más
extraordinaria aún que lo que he visto. Desde entonces, yo sé que no hay nada
extraordinario, sino que se trata de la utilización de facultades perfectamente
naturales que posee todo ser humano, cuando se le permite, en algunas
condiciones, expresarlas.
El Maestro me explicara luego lo que vi, y yo también lo presentaré a
mis alumnos bajo el nombre de “representaciones eufónicas de los movimientos del
alma” en el marco del Samadeva Sistémico,
de los cuales los occidentales conocen unas variantes llamadas psicodramas
y terapias o constelaciones familiares, y de las cuales, de manera evidente, vi
una de las fuentes. También era uno de los elementos fundamentales del teatro
en la época de la Grecia antigua.