domingo, 14 de diciembre de 2014

LAS NOCHES DE LA RECONCILIACION CON LOS ANCESTROS, del libro de Idris Lahore: “EL SECRETO DE LA ETERNA JUVENTUD DE LOS DERVICHES” Ed. Ecce



Idris Lahore revela las fuentes de su formación con Pir Kejttep Ançari, Maestro de una comunidad de derviches Hakim del Kâfiristan

“Les voy a contar como mi búsqueda de la inmortalidad me llevó un día al Kâfiristan donde conocí al Pir Kejttep Ançari,  maestro espiritua y jeque de una cofradía de derviches, de quienes se dice que son los descendientes de los magos del Oriente.
Médicos y sacerdotes, curanderos y magos, utilizaban el trance y la hipnosis, las plantas y los venenos, ejercicios físicos y respiratorios, métodos energéticos y lo que llamamos hoy en día terapias sistémicas. Sus secretos, celosamente guardados, se transmitieron en su cofradía, de maestro a alumno y alma a alma. Sus conocimientos y sus prácticas son como unos vestigios de esta medicina que, durante la Edad Media, floreció en las grandes universidades árabes, del Medio Oriente hasta el Occidente, de Gondichapur a Toledo… Estos derviches se llaman “Sarman”; se dice que son los Dueños del Tiempo y que conocen los secretos de la inmortalidad… Durante mi estadía al lado del Pir Kejttep Ançari, él me enseñó entre otras cosas las técnicas de curación de los derviches. Yo era el primero e iba a ser el único occidental en recibir la iniciación con él. Me transmitió la baraka (la fuerza de los Maestros) para que yo la transmitiera en Occidente.

Acogido en el monasterio en el cual el viejo Maestro se había retirado para enseñar en el mayor secreto, entre unos discípulos estrictamente seleccionados, comencé un aprendizaje considerado como de lo más esotérico…

Una de las veladas más extrañas era la del lunes, la cual se alargaba durante toda la noche, hasta la mañana. Esa noche se llamaba: “noche de reconciliación con los ancestros”, durante la cual, según los Hakim, se le devolvía la paz al alma de los antepasados. Antes de explicar el sentido profundo de esta práctica, voy a describir sencillamente lo que vi durante mi primera participación en esa noche tan misteriosa.
Una luz suave y apacible provenía de algunas lámparas de aceite que alumbraban la sala con paredes blancas, cuyo suelo estaba cubierto de numerosas alfombras espesas, dejando aparecer únicamente el círculo del eneagrama. Alrededor del círculo estaban sentados nueve Hakim; en cuanto al Maestro, estaba sentado afuera del círculo en una mesa baja sirviendo de tarima. A lo largo de las paredes, hombres, mujeres, e incluso niños se apretaban los unos a los otros. Había cerca de cien personas, visiblemente de clases sociales muy variadas. Al lado de mujeres envueltas en su chador, otras, en su vestido de seda, se parecían a princesas salidas de los Cuentos de las Mil y una Noches; unos campesinos en su burdo abrigo de lana, estaban sentados al lado de hombres vestidos a la moda occidental, con vestido, camisa blanca y corbata.

Todos permanecían en un silencio y una presencia de recogimiento, como un reflejo de la actitud inmóvil y silenciosa de los Hakim en el círculo. Inclusive los niños compartían este ambiente de serenidad,  y la atención sonriente de su madre parecía suficiente para sus necesidades.

De repente, la voz firme del Maestro se oyó en el silencio, como una pregunta. Después de unos instantes todas las miradas se fijan en él. Un hombre que estaba sentado al lado de una pared, se levanta con gravedad: mira al maestro, se inclina hacia él para saludarlo con respeto, y nuevamente lo mira. El Maestro le indica que se acerque. Llegado ante él, se inclina nuevamente y el Maestro le pide que se siente a su lado en la tarima. Entablan un diálogo, el cual me parece ser la evocación de un problema. El Maestro le pide que se levante. El hombre entra en el círculo y se inclina sucesivamente ante seis de los nueve Hakim sentados alrededor del eneagrama. Los seis Hakim se levantan, como si hubieran sido escogidos. El hombre mira en la dirección del Maestro, quien le dice unas palabras. El hombre se coloca detrás del primero de los seis Hakim, pone la palma de sus manos en su espalda, le dirige a un lugar dentro del círculo y lo deja en ese lugar. La escena se reproduce con los demás Hakim que se habían levantado. El Maestro llama al hombre a su lado. Ahora los Hakim están de pie en el círculo del eneagrama: uno mira el suelo, otro mira hacia afuera, otros tres se miran entre sí, y el último pone sus manos ante sus ojos. De repente, oigo al Maestro diciendo con una voz potente: “Allah Hu”, lo que significa “el soplo de Dios”. Se produce entonces algo sorprendente: uno de los derviches sale inmediatamente del círculo y deja la sala; otro cae al suelo y se acuesta como un muerto; el que tenía su mano ante sus ojos camina hasta el borde del círculo y mira hacia afuera. Los dos que estaban cerca el uno del otro caminan hacia el que está acostado y lo miran con mucha tristeza (…). Ya nadie se mueve en la asistencia, todo el mundo parece cautivado, hasta el momento en que, de repente, y a pesar de que no se ha producido nada, tres mujeres sentadas entre los asistentes se levantan y, llorando, se precipitan al lado del que parece representar un muerto. (…) Durante algunos minutos, como si el tiempo se hubiera congelado, todos los protagonistas del círculo siguen en su propio movimiento, hasta que se escucha nuevamente la voz del Maestro: “Allah Hu”, y se levanta. Se dirige hacia el interior del círculo, levanta a todos los que estaban arrodillados o acostados, endereza a los que estaban encorvados, hace regresar al que salió de la sala, y los reúne a todos en el círculo donde todos los protagonistas de la escena que acabo de describir se dan la mano. Cuando están todos reunidos, el Maestro, en el centro del círculo, dice una palabra, y todos los del círculo miran hacia el suelo y comienzan a salmodiar con él: “Allah Hu, Allah Hu, Allah Hu”. (…). Poco a poco, todos levantan los ojos, (…), las caras se alumbran con una luz interior, como si todos hubieran encontrado la alegría. Efectivamente, comienzan a mirarse los unos a los otros, a sonreírse, como si el problema estuviera resuelto. El Maestro invita entonces al hombre que estaba sentado a su lado a venir a colocarse en el puesto de uno de los Hakim. El hombre, muy emocionado, entra en el círculo y él también participa a esta energía de alegría que transforma su emoción: su cara comienza a resplandecer. Nuevamente, se oye la voz del Maestro. Todos se callan, y de un gesto, él abre el círculo, y cada uno regresa a su puesto. El hombre se sienta al lado del Maestro, quien le dice algunas frases más. Luego el hombre se inclina ante el Maestro, le toma la mano, la besa, la lleva a su frente, mientras que el Maestro, en un gesto lleno de amor, le pone la otra mano sobre la cabeza, a continuación lo levanta y le propone volver a su puesto.

La misma escena se va a repetir a lo largo de la noche, cada vez con un hombre o una mujer que escogen a varios de los Hakim de la circunferencia del eneagrama (…). Durante la noche, algunos asistentes se han dormido, otros se han despertado, y yo no veo pasar el tiempo, me siento hechizado por lo que se desarrolla ante mis ojos (…).

La explicación de lo que se ha producido me parecerá más extraordinaria aún que lo que he visto. Desde entonces, yo sé que no hay nada extraordinario, sino que se trata de la utilización de facultades perfectamente naturales que posee todo ser humano, cuando se le permite, en algunas condiciones, expresarlas.

El Maestro me explicara luego lo que vi, y yo también lo presentaré a mis alumnos bajo el nombre de “representaciones eufónicas de los movimientos del alma” en el marco del Samadeva Sistémico,  de los cuales los occidentales conocen unas variantes llamadas psicodramas y terapias o constelaciones familiares, y de las cuales, de manera evidente, vi una de las fuentes. También era uno de los elementos fundamentales del teatro en la época de la Grecia antigua.

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